Un vehículo off-road nos conduce cuesta arriba por una pronunciada pendiente pavimentada hasta el Filo Serrano de Villa de Merlo, a 2100 m.s.n.m. El camino se transforma en ripio y es necesario activar la doble tracción para traspasar las rocas regadas por toda la cumbre de la sierra. Inquieta preguntarse si semejantes moles en medio de la nada brotaron de la tierra o cayeron desde el cielo, pero antes de llegar a esa reflexión, una magnífica vista panorámica del Valle de Conlara que rodea a la perla sanluiseña, nos roba inteligentemente la atención.

Este valle posee 120 km de largo y es cruzado por el río homónimo que, singularmente, corre de sur a norte, a diferencia de lo que estamos acostumbrados. Estamos en plena Sierra de los Comechingones, al límite con la provincia de Córdoba, y desde allí podemos divisar las primeras estribaciones de las sierras centrales de San Luis y la tranquila majestuosidad de Villa de Merlo.La primera cita es el Salto del Tigre. Se trata de una excepcional cascada de 25 metros de altura, circundada por una hoya de 40 metros de diámetro y 10 de profundidad, pero para encontrarla debemos caminar un importante trecho. El “pueblo fantasma”

Aunque la fantasía de encontrarnos con alguna figura espectral o sombría no la dejamos de lado, el “Cordobés” –como le decimos al guía– nos contó que en realidad se trata de un pueblo minero de principios del siglo XX, que tuvo un gran auge en las fechas coincidentes con la Segunda Guerra Mundial y que en la actualidad está reacondicionado como refugio de montaña, ofreciendo posibilidades para acampar, pasar el día u hospedarse en el albergue.

Al llegar a lo más alto del Cerro Áspero, comenzamos a descender por el faldeo hasta el valle donde se emplaza el pueblo minero abandonado. Tal vez la sugestión generada por la denominación popular de “pueblo fantasma”, nos hace reparar en el zigzagueante camino utilizado por los mineros de antaño, y nos parece ver como si aún transitaran por allí sus almas en pena.
Luego del sabrosísimo almuerzo –se puede repetir las veces que uno desea, aunque aconsejo dejar un lugar para los panqueques con dulce de leche que Juan elabora con tanta dedicación–, y de la entretenida charla de sobremesa al lado del constante calorcito que despedía el hogar a leña, abonamos lo consumido –que no superaba los diez pesos por persona– y emprendimos el regreso.

Con calma encontramos una vez más el ritmo de la caminata. Las últimas luces del día se van apagando en el horizonte sanluiseño. Las vueltas cada vez se nos hacen más cortas y casi sin darnos cuenta llegamos a la camioneta